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martes, 25 de febrero de 2014

Antonio Machado, 75º aniversario

El pasado 22 de febrero se cumplió el 75º aniversario de la muerte de Antonio Machado (1875-1939). Es uno de los poetas españoles más destacados del siglo XX. Entre sus obras hay que citar los libros de poesía Soledades (1903), Nuevas canciones (1924) y La tierra de Alvargonzález (1933), la novela Juan de Mairena (1936) y las obras de teatro Juan de Maraña (1927), La Lola se va a los puertos (1929) y La duquesa de Benamejí (1932).

Pero su obra más conocida, la que le ha convertido en uno de los poetas más universales de las letras españolas es Campos de Castilla (1912), llena de lirismo y donde se idealiza el paisaje castellano, además contiene poemas dedicados a personalidades a las que admiraba, caso de Miguel de Unamuno, Azorín, Juan Ramón Jiménez o José Ortega y Gasset.


Portada de la primera edición de Campos de Castilla, (1912).


Campos de Castilla comienza con el poema Retrato, que dice:


Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.


¿No te apetece leer los demás poemas? No te quedes con las ganas.

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